sábado, 2 de julio de 2011

Sábado fantástico

Tú no lo sabes, pero hoy, entre atunes, pasillos con techo de piedra, viejos parques de atracciones y hospitales rotos, sonaba todo el tiempo esta canción de fondo...

tu nombre y el mio - Lisandro Aristimuño by laotravez

lunes, 16 de agosto de 2010

Cines de verano en Córdoba

Es mentira que uno acabe acostumbrándose a los lujos. Lo sé porque en los meses de calor vivo en una casa inmensa que todavía, cada tarde, cuando subo a cerrar los balcones y ventanas de la planta de arriba, doce en total, me sigue pareciendo el mismo palacio doméstico que a mis diez años. Y por los cines de verano de Córdoba.

Me sigue pareciendo un rito imposible y fantástico que cada noche, en cinco lugares de la ciudad, se enciendan cinco proyectores para presentar cinco películas en recintos al aire libre creados en los años 30 y 40 para ello. Bueno, uno de ellos no, pero es tan sorprendente y circense sentarse en una silla en medio de la arena de una plaza de toros para ver una de Tom Cruise o Toy Story 3 que... también cuenta. Coliseo San Andrés, Cine Delicias, Cine Olimpia, Cine Fuenseca. Fachadas de casas típicas de cal y rejas con macetas formando un patio de vecinos, polígono irregular que utiliza una de sus caras como pantalla. Azoteas que elevan el patio de butacas en busca de la escasa brisa nocturna de ciudad de interior. Solares que podrían ser un parking pero, por obra de gracia de la urgente necesidad de llenar las noches de verano, se transforman en una sala de cine: sólo hace falta una pared blanca, una pequeña torrecita para proyectar, sillas (de hierro en mi recuerdo, plástico ahora, pegadas unas a otras con una cinta para evitar que cada uno se siente a su libre albedrío y desdibuje el cuadro) y el bar. Bocadillos de lomo con pimientos, altramuces y cerveza. En el descanso (aquí se corta en mitad de la sesión, hay que cambiar el rollo, todo manual), la visita a la barra es obligada, aunque yo prefiero levantarme en mitad de la película, escuchar de fondo el diálogo mientras tengo mi propio diálogo con el chaval de la barra. Se ha acabado la tortilla, ¿puedes ponerle tomate natural a la pechuga?, cerveza de botella si puede ser.

También tienes la opción de llevarte la comida de casa. Si esa noche alcanzas la suerte de apoderarte de alguna de las mesas que flanquean la zona de sillas, puedes montarte tu terraza particular. Ayer mismo me pimplé con Álvaro y Nicole un queso de Idiazábal mojado en cerveza Alhambra de esa de botella, cuchillo y barra de pan en mano. Recuerdo otras noches de tupperware de salmorejo y raciones de hummus... Qué gusto.

Cuentan los mayores que en los años 50, 60 y 70 las familias iban todos los días al cine. El verano en Córdoba exige utilizar las primeras horas de la mañana para realizar cualquier actividad que implique movimiento y obliga a salir de noche. ¿Qué otras opciones hay, más allá de sacar la silla a la puerta de casa, si no se tiene patio? Las películas van rotando: la que hoy ves en el Fuenseca, mañana estará en el Delicias. Un método sencillo que te permite ir cada noche al cine que te pilla más cerca de casa. Los que hacen recuento de los desaparecidos llegan a más de cincuenta.

Te acercas a esas taquillas/ventanuco, pagas 3,5 euros y te dan una entrada de cine de las de antes, de cartón de colores. Nada de papelitos plastificados sacados de la impresora, en los que el tiempo borrará rápido el texto. Lo que aquí pasa cada noche es de esas cosas que se quedan impresas para siempre. Aunque sea un milagro repetido cada noche.


lunes, 2 de agosto de 2010

Nochevieja en agosto

Siguiendo en parte este descontrol de estaciones que me impusieron mis seis meses en el hemisferio sur, siento que hoy, la tarde del 1 de agosto, se parece a la Nochevieja, por lo que tiene de fin de año y puerta al nuevo. Que sí, que la noche del 31 de diciembre soy de los que se ponen nerviosos y recapitulan lo bueno y lo malo de los últimos 365 días, pero para mí los años se siguen contando como cursos escolares. Todo lo que planeamos en septiembre suena a coleccionable semanal de réplicas exactas y oficiales de cucharillas de la vajilla imperial de Sissi. Suena a nuevo y a posible, aunque luego nos quedemos a la mitad. Nadie se acuerda de ciertos finales, ni falta que hace.

No es desmemoria: no recuerdo un verano en el que necesitase tanto esa sensación de corte, de borrón y cuenta nueva. Friego los platos, paso la fregona por la cocina de baldosas blancas y negras, cierro los armarios en las tinieblas de la siesta y siento que se acabó el invierno y su miedo al regreso. Se acabó la primavera con esa despedida que me dolió más de lo previsto. Se acabó el calor de Madrid, al que sigo viéndole sus ventajas de noches explosivas y tardes muertas. Se acabó proyectar, porque eso se hace mejor en septiembre.

Me gustó despedirme del año en la terraza de La Casa Encendida escuchando cantar a Nacho Umbert. Ha elegido para su portada una foto de baldosas hidráulicas, que es una de esas cosas viejas que siempre me parecen nuevas, por lo que tienen de juego. Bienvenidos a agosto. Bienvenido será septiembre.

sábado, 12 de junio de 2010

Décadas. El que intuye ciertos finales

Me meto en la cama y elijo un libro para acabar el día. Es de poesía y me gusta. Turismo de interior, de Cristian Alcaraz. Verso limpio, ligero, pequeños capítulos de una biografía (qué poesía no es eso). Todo bien, pero algo me disturba: el año de nacimiento del autor: 1990. Recuerdo la sorpresa cuando empecé a leer textos de autores nacidos en los 80 y la sensación de “Vaya, ya llegan”. Ahora ya son los 90 y uno siente que empieza a hacerse tarde para ciertas cosas. El síndrome de Peter Pan no da para tanto, no engaña tan lejos. ¿Será mentira la lógica de las décadas? ¿Hasta cuándo es posible empezar? Pesan las perezas.

Nos quedaremos con lo bueno de Peter Pan. Abandonaremos las camisetas, las zapatillas de deporte a todas horas y la noche que no acaba, pero no renunciaremos a los posibles comienzos.

PD. Hoy me gustó que no parase de llover.


Factores comunes

dice que por las mañanas mi dormitorio
huele a incendio
que por mucho que haga la compra
la nevera siempre está vacía
exprime la basura
se pone de rodillas
inventa ciudades con su garganta
rascacielos atrapado en mis vaqueros
100.000 defectos
perfectamente definidos
monstruos debajo de la cama
horas en distinto sofá
habrá que pintar las paredes
enmarcar algunos besos
limpiar todas las lágrimas
compartir el mismo váter no es
el compromiso que esperaba
pero quizá si llega un día sin labios
callado
alimenta a las mascotas y me aprieta fuerte
muy fuerte
podríamos seguir utilizando
la palabra hogar
en nuestras frases sin sujeto

(Turismo de interior, Cristian Alcaraz, La Bella Varsovia)


domingo, 30 de mayo de 2010

Resistencia. El que se detiene

Puestos a la lucha, que sea la belleza quien nos tumbe. Confúndannos con el tropiezo y lo pequeño. Puestos a escribir, hagámoslo sobre una tarde de martes, junio, no hace demasiado calor hoy. Será una terraza de doce metros cuadrados, para qué más. Tendremos a mano un vaso de cristal verde lleno de cerveza fría. La temperatura ha empañado el cristal y gotea. Alguien tendrá hambre y tendremos a mano algo de comer. La música llega desde una azotea cercana, donde vive un fanático incansable de Prefab Sprout. A ti también te gustan.

La revolución te encontrará sentado en una tumbona mirando al cielo, ¿estarás también tú entre los que no entiendan la batalla? La revolución te encontrará sentado en una tumbona pensando en lo mejor del futuro: su relatividad. Nunca confundiste tu curiosidad con la acción incansable, ya fueron muchas las veces en las que acabaste diciendo “¿Y qué hago yo aquí?”. Te convertiste en el guerrero que lucha tumbado, el más incomprendido. Te tocó explicar mil veces que el conformismo no tiene nada que ver con la derrota, que se rinde antes el que va y el que viene, el que cede al camino que aparece delante. Párate y mira: el futuro relativo.

Te tumbarás en la terraza y no sabrán que te escondiste. Pero eso no hará menor tu logro. Nunca fuiste de los que llegaban a casa y ponían la tele por escuchar un ruido de fondo. Nunca de los que frecuentaban los lugares que frecuenta la gente como tú. Resistencia del que se detiene. Bebes cerveza y eres capaz de sentir la espuma que desaparece y el frío cayendo por tu esófago. Conversas y eres capaz de recordar lo que escuchaste más allá del momento. Una vez lo contaste: preparar un cocido puede ser un acto de rebeldía mayor. “Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas”. Lo dijo Cummings. Se refería a alguien, pero hoy tú sabes que habla de ti. Detenido, sonríes.

(No es una terraza, pero funciona igual...)

sábado, 6 de marzo de 2010

Los puntos suspensivos

Si fuera al psicoanalista, una de las primeras cosas que le pediría es que interpretase por qué recurro tanto a los puntos suspensivos para expresarme. Si me dijese que responde a una incapacidad para rematar mis cosas, algo parecido a un temor a los finales, creo que me levantaría para irme ipso facto de la consulta. Por aquello de no pagar por obviedades.

Desde hace años soy consciente; lo curioso es que nadie me lo haya dicho. Bueno, miento, recuerdo cierto texto que tuve que escribir una vez y ante el que mi jefa, implacable correctora, me pidió que redujese el artificio...


Qué sé yo de los motivos, pero sí sé de herramientas, y ésta me ha permitido siempre sugerir, y a mí me va una buena sugerencia... Que escribir no es recitar la tabla de multiplicar, oiga. Lo poquito siempre agrada y lo mucho sólo enfada, claro, intento no abusar de ellos, pero hay momento en los que sólo ellos tres me permiten llegar a donde quiero. Y debajo se enconde la torpe ilusión de entenderse, ya, de que uno escriba y otro lea justamente lo que el primero pretendía, sí. De nada sirve saberlo. Uno lo sigue intentando. Parecido, muy parecido a la pretensión de entender qué fue eso que ocurrió en nuestras historias de pareja. Para cerrarla soy de los que necesitan contarse la historia de principio a fin, con sus correspondientes puntos de inflexión y crisis finales. Da lo mismo que hayamos invertido en ella toda nuestra energía, nuestra capacidad de intuición, nuestro tiempo: al final siempre queda el incómodo vacío de no entender los porqués.

Y ahí estamos. En los tres puntos suspensivos. Refugiado en ellos, para intentar volver aquí, a La Semana Fantástica. Feliz de estar en casa, aunque no pare de llover en esta tierra...

jueves, 26 de noviembre de 2009

Aplausos en el aula

Ayer, al acabar la clase, aplaudimos al profesor.

El aula 133 de Puan suele estar ya sucia cuando llega la clase de las 9 de la noche. Las sillas, a lo largo del día, han ido tomando el lugar que el azar, las afinidades personales, las prisas y el desorden han querido darle. La pizarra acumula conceptos de semiótica a medio borrar, referencias bibliográficas y cuadros amputados. Yo ya no me acordaba de que el polvo de tiza crea un cerco blanco al pie de la pizarra, y que es muy difícil limpiarlo bien. No es extraño que en la mesa del profesor se dejen olvidadas botellas de plástico vacías y vasos de corcho manchados de café y leche en polvo.

Ayer, al acabar la clase, aplaudimos al profesor, y no recuerdo haber vivido ese momento nunca. Pregunto a algunos compañeros; ellos tampoco. No se trataba de la última clase del curso, ni de una conferencia especial. Era una sesión más con el profesor de todos los miércoles, Miguel Vitagliano, de Teoría Literaria III. Hablábamos de Bajtín, sus polifonías, los cronotopos. Yo no soy un hombre de teorías literarias, más de bien de prácticas. Me gusta leer, pero no suelo leer lo que otros dicen sobre el leer. Eso, hasta ahora. Me pregunto si en verdad lo de estudiar algunas materias de Letras y Edición era la excusa para venirme a vivir unos meses acá. Empiezo a creer que no.

Ayer aplaudimos porque, cuando alguien habla con pasión sobre un tema, surge el respeto. Vitagliano tiene actitudes de encantador de serpientes, eso lo supe desde la primera clase. Recuerdo mi época universitaria y recuerdo en ella interés, pero no pasión. Bibliografías que jamás se leían y esfuerzos por memorizar. Nada de eso vivo en estos días, sólo el gusto de conocer autores y miradas. Me llevaré muchas cosas de todo esto, pero una de ellas es la alegría de seguir descubriendo otras formas de leer. Ahora, cuando entro en una librería, se me van los ojos y los pies a las estanterías de filosofía y crítica. Si, como dicen las sinopsis horteras de películas, existen los viajes iniciáticos, debe ser algo de esto.

Ayer, al acabar la clase, aplaudimos al profesor, y ha sido una de las cosas más bonitas que me han pasado en estos meses que llevo en Buenos Aires.